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Actualizado: 30 may 2023



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Las cosas han cambiado, gracias a dios. Hemos cambiado nuestra manera de ver el mundo porque ahora no solo lo vemos sino que también “lo sentimos”. Por fin nos estamos empezando a dar permiso para mirar de frente nuestras emociones y sentimientos complejos sin avergonzarnos ni escondernos admitiendo, no sin cierto reparo, que las emociones forman parte de nosotros como forma parte de nosotros cualquier otro miembro del cuerpo. Porque ellas no son otra cosa más que cuerpo ya que tienen su eco, su resonancia o su despertar en él. Lo sabíamos desde Darwin, claro, pero fue Antonio Damasio uno de los primeros en defender de manera científica que nuestras emociones básicas surgen en nosotros antes incluso de los procesos mentales, desmontando la máxima del “pienso luego existo” que nos viene acompañando desde hace siglos, a la que él mismo llamó El error de Descartes. Poco a poco vamos sustituyendo esta creencia por otra que facilita la validación que necesitábamos desde hace ya tiempo como seres emocionales y que, desde mi punto de vista, se resume en “siento luego existo”.


Esta nueva creencia, afirmación o norma, como queráis llamarlo, nos permite cambiar la manera que tenemos de habitar en el interior de nuestro ser, la manera de percibir el paisaje que nos crece por dentro, con sus hermosas plantas y frutos y también sus malas hierbas. Podríamos decir que hasta hace poco casi no se prestaba atención a este jardín interior porque estábamos enfocados en crear en el exterior aquello que necesitábamos para vivir. Necesidad humana, instinto o desconocimiento quizá, no se sabe, pero el caso es que mover el foco a nuestras emociones nos está ayudando a iluminar otros procesos que las acompañan y a darnos cuenta de que no solo de pan vive el hombre (del pan exterior que nos alimenta) sino que también vivimos de las cosechas interiores que vamos sembrando, fruto de nuestras experiencias, nuestra genética, nuestros aprendizajes y nuestras conquistas y fracasos.


Porque todos sabemos ya que el no permitirnos dar nombre a lo que siento y no aceptarlo nos puede pasar una factura demasiado elevada, tal y como propuso este gran científico. El peligro de la negación del sentimiento o del analfabetismo emocional lleva consigo una somatización en el cuerpo de la que difícilmente vamos a poder escapar. Por eso ahora hablamos de inteligencia emocional, de conciencia emocional, del derecho a sentir como parte fundamental de nuestro existir como especie. Hablamos de inteligencia emocional como si fuera la panacea para curar aquellos males frente a los que otras ciencias no tienen respuesta, ya que estamos muy lejos de comprender la imbricada y compleja relación que existe entre el cuerpo, la mente y el alma humana, y todo lo nuevo que nace en estos campos nos parece la respuesta que a priori buscábamos. Aunque, siendo sinceros, en realidad podríamos decir que hablamos de inteligencia emocional porque se ha puesto de moda, sin más. Es una de esas modas que aterrizan en nosotros sin saber de dónde vienen, pero que llegan como una suave brisa que nos acaricia la psique herida.


Pero cuidado. No todo es alegría en el jardín del amor. Todos sabemos que aportar luz sobre algo todavía desconocido puede llevarnos a equívocos. Es cierto que necesitábamos caminar por nuestro paisaje emocional y validarlo sin “sentirnos” por ello vulnerables o débiles. Es cierto también que necesitábamos abrir la mirilla que nos permite ver nuestros sentimientos más horribles (como la ira, el odio o la envidia) sin “sentirnos” por ello malas personas. Sin duda no está de más empezar a crear espacios en los que se pueda hablar de emociones sin “sentir” vergüenza y que exista una clara intención por parte de los que llevan el timón de educar lo emocional y social para ayudarnos a quitar las malas hierbas de cara a que nuestro paisaje interior sea cada vez más hermoso. Pero como en todo hay que hacerlo con sabiduría. Porque una cosa es validar lo que siento y otra cosa es que yo esté a gusto con cómo me siento. Voy a repetirlo de nuevo porque me parece fundamental; una cosa es validar lo que siento y otra cosa es que yo esté a gusto con cómo me siento. Que yo tenga derecho a “sentir” no quiere decir que deba resignarme al amargor que dejan en nosotros las emociones y sentimientos negativos. Que yo sepa, a nadie le gusta vivir en el miedo, en la tristeza, en el odio, en la ira, en la envidia, en la frustración y aunque todas estas emociones merecen ser atendidas porque nos van a contar algo importante sobre nosotros mismos y sobre lo que nos rodea, hemos de comprender que la verdadera inteligencia emocional va más allá de la comprensión y la validación de la emoción. La verdadera inteligencia emocional hace especial hincapié en la gestión de las mismas que, en palabras sencillas, es la manera que tenemos de no permitir que las emociones negativas se nos enquisten en el alma y nos hagan enfermar o hagan que hagamos daño al otro.


Desde mi punto de vista nos estamos quedando solo con una parte del pastel, señores, así de claro. No hago más que ver vídeos en las redes de psicólogos y psicólogas que hablan de permitir esto de las emociones, de dejarlas salir, de aceptarlas, incluso algunos hay que hablan de gestionarlas, pero pocos veo en los que se vaya más allá y se haga una verdadera apuesta por proponer métodos, vías y maneras no solo para evitar la emoción negativa sino también (y sobre todo) para recuperar, renombrar, entrenar y encumbrar las emociones y sentimientos positivos, que parece que seguimos enfocados siempre en la basura del jardín y no en lo que florece. Y así nos va. Aún a riesgo de encontrarme voces en contra, afirmo que somos seres hechos para la alegría. Podéis añadir el “también” después, pero yo prefiero la frase sin el apellido. Somos seres hechos para la alegría que de vez en cuando sufrimos momentos de dolor. Y digo y defiendo esto porque todos sabemos que las emociones y sentimientos negativos son incómodos, pesados y oscuros en nuestra psique. Los sentimos como se siente la mala hierba en un jardín, queremos quitarlos porque nos molestan, nos incomodan y sabemos que, a la larga, pueden provocar que nuestro paisaje se malogre. Que se pierda toda la belleza interior que con tanto mimo y esfuerzo hemos conseguido crear. Porque eso hacen la envidia, los celos, la rabia, la frustración, la tristeza, el miedo … y tantas y tantas emociones y sentimientos complejos que son capaces de oscurecer nuestra mirada y apagar el brillo natural que seguro una vez tuvimos. No nos engañemos; todos, salvo los locos y los psicópatas, aspiramos a estar bien aunque nos equivoquemos drásticamente en el cómo conseguirlo. Y las emociones negativas son todo lo contrario a estar bien. Y aunque debemos comprenderlas, aceptarlas, escucharlas y concederles en tiempo necesario en nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestra alma, una vez que cumplen su función debemos hacer todo lo posible para dejarlas marchar y enfocarnos en las que de verdad importan, en la paz interior, en el amor, en el entusiasmo, en la bondad y en la alegría. Sobre todo en la alegría ya que es la manifestación más inocente y sencilla del bienestar emocional y la que más rápido se nos olvida.


Que me perdonen los puristas y los psicólogos de bata o corbata. Seguiré hablando de emociones “negativas” aunque ya no esté permitido ese apellido. Porque para mí son negativas ya que dejan un regusto amargo, pesado y oscuro en la psique, por mucho derecho y sentido que tengan. Seguiré apuntando con el dedo aquellas apuestas que confunden a la gente y la llevan a resignarse frente a sus estados de ánimo y sentimientos más oscuros porque confunden la aceptación y comprensión de la emoción con el “yo soy así y punto” o “esto es lo que siento y se acabó”. Y denunciaré a aquellos que confunden el derecho a sentir odio con el derecho a ejercer la violencia, el derecho a sentir celos con el derecho a hacerle la vida imposible a mi pareja, el derecho a sentir envidia con el derecho a destruir o atentar contra lo que otro tiene. Es imprescindible comprender, en definitiva, que debemos ser dueños de nuestros actos aunque no seamos dueños de nuestras emociones. Esto que parece tan sencillo es la madre del cordero de la inteligencia emocional, lo que comúnmente se llama “autorregulación de la emoción” que no es otra cosa más que ese click interno que me hace parar a tiempo a pesar de querer romperle la cara al de al lado o soltar algún improperio por mi boca. Por eso me entra la risa y a la vez siento pena cuando enfocamos la educación emocional solo desde el plano de la aceptación, sin atrevernos a decir que necesitamos el traje de la templanza para empezar a sembrar las primeras semillas en nuestro jardín interior.


Es importante comprender, además, que una adecuada educación emocional debe estar cimentada en valores éticos y humanos porque el bien y la bondad nos hacen “sentir” mejor. Y si no decidme con qué placer se guardan en la memoria aquellos momentos en los que nos entregamos y ayudamos a alguien de manera desinteresada. Una adecuada educación emocional debe ofrecernos la posibilidad del cambio, la ruptura de nuestras barreras, la esperanza del bienestar en tiempos difíciles, la cercanía sincera con el otro. Pero, sobre todo, sobre todo, una adecuada educación emocional debe estar enfocada principalmente en desarrollar aquellas virtudes, fortalezas y sentimientos que reconocemos como luminosos y ligeros porque son acordes a conceptos tan elevados como el bien, la belleza y la bondad. Por eso es necesario una psicología que nos hable más de paz interior, de amor, de entusiasmo, que nos están diciendo los expertos que estamos demasiado tristes y desesperanzados en esta época de supuesto bienestar económico. Y para esto la psicología tiene un vehículo fundamental en la inteligencia emocional y social bien comprendida y trabajada.


Seamos pues inteligentes y sensatos en las propuestas, seamos también valientes en defender y alumbrar nuestras mejores emociones. Pero sobre todo seamos consecuentes con nuestra naturaleza y aceptemos de una vez que debemos ser dueños de nuestros actos aunque no seamos dueños de nuestras emociones, para poder hacer de este mundo un lugar mejor, ya que eso es lo verdaderamente inteligente…


… emocionalmente hablando ;)


Patricia y el vuelo de Ícara, 9 de marzo de 2023


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